Estamos hechos de átomos, partículas diminutas que crean materia a partir de puro movimiento. Somos seres de sangre caliente y cuando el calor inunda nuestro pecho y remueve nuestro estómago sentimos que es hora de darle salsa al cuerpo. Buscamos emociones fuertes con que drogarnos de vida y nos empapamos en experiencias para crecer y evolucionar.
Yo un día sentí que deseaba viajar a Nicaragua. La primera vez que escuché hablar de Ometepe, la isla del lago, fue de manera fortuita: en un viaje por Nueva Zelanda hice «wwoofing», un tipo de voluntariado en granjas orgánicas, que fue tan buena experiencia que quise repetir en más países. Pensé en Sudamérica y al buscar centros en esa región que también hicieran programas de agricultura sostenible apareció Ometepe. Así empecé a desear viajar a Nicaragua, pero me lo planteé como un viaje a lo desconocido y no leí ni guías de viajes ni busqué demasiada información. Pensé que lo importante lo aprendería en el camino.
Tardé un año en decidirme a marchar porque creo que las ideas hay que dejarlas espesar, como las lentejas, que después de un par de días saben mejor. Hasta que un día simplemente sucedió. Supe que era el momento. Por eso, empecé a enviar emails a mucha gente ofreciéndome para trabajar en actividades muy variadas, como recepcionista en hostales o jardinera en fincas. Un día contestó un chico diciendo que le vendría muy bien alguien como yo. Ese mismo día compré el billete.
Pero el plan cambió sobre la marcha. En una visita al pueblo en que vivían unos conocidos de mi familia, me ofrecieron trabajo en un hostal con un turno en recepción y con posibilidad de dar clases de inglés a los otros empleados. Allí me quedé y viví tres meses en un universo paralelo, un lugar donde el agua y la electricidad vienen y van como la marea; y donde conocí gente que hacía malabares con un sueldo del tamaño de una canica.
En la tierra de los volcanes la gente vive sin prisas y los que menos tienen más comparten. Fue allí donde no una, sino muchas veces me invitaron a compartir comida e historias. Dicen que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Si tengo que escoger alguna de estas historias pienso en Ángela, la mamá de mi amiga Paola. Pao trabajaba conmigo en el hostal: era camarera del restaurante. Ella me invitó a pasar unos días en casa de su familia, en un pequeño pueblo cerca de donde vivíamos. Allí conocí a sus padres, sus dos hermanitas y otro montón de familiares y amigos que vivían alrededor.
Ángela estaba atenta a las mareas. Una mañana salimos al amanecer caminando a una playa cercana. Cuando llegamos, la marea no había bajado del todo, así que nos sentamos a esperar. Mientras esperábamos me enseñó los agujeros donde las tortugas acuden a desovar y me contó su historia. Nicaragua es un país donde el hombre es por derecho de nacimiento el fuerte, el poderoso, el que tiene el control. Se lamentó de que cambiar las ideas de un país es algo que va muy despacio. Me encontré con esta historia de violencia, fuerza y superación. La marea bajó y Ángela me enseñó a recoger ostión, una especie de ostra que crece pegada a la parte inferior de las rocas en la playa, y con cuya venta ella se gana la vida. Mientras tanto, seguimos hablando. Me contó que se casó joven con un hombre al que ella eligió y tuvo tres hijas a las que crió con todo su cariño y amor.
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Aurora Redondo García (Pontevedra, 1992) estudió Filología Hispánica. En estos momentos reparte su tiempo entre jugar al rugby, escribir, contar y escuchar historias, trabajar en los negocios familiares y aprendiendo la profesión docente. Actualmente alterna la docencia y la creación de nuevos proyectos con otros trabajos.
Podéis encontrarla en Facebook, Instagram (@iarnaldhu) y en la web www.alzaelhocicoalcielo.
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